El collar rojo de la Sra. Claus
En una adorable tarde de otoño, Santa Claus y su esposa decidieron dar un paseo al aire libre. A la Sra. Claus le encantaba pasear por los coloridos campos y bosques en esta época del año.
El fresco aire otoñal anunciaba la llegada del invierno, como un secreto murmurado por el viento. Recordaban la navidad mientras caminaban.
“¿Recuerdas el año que los duendes Holhoojas decidieron inventar un nuevo villancico navideño que rimaba?” preguntó Santa Claus.
“Ah claro, lo recuerdo perfectamente,” contestó la Sra. Claus. “Los pobres duendes nunca podían recordar la letra”,
“¡y todos cantaban una rima diferente!” Dijo Santa riéndose. La Sra. Claus rió también y quiso acariciar su collar, lo hacía con frecuencia para revivir gratos recuerdos.
“¡Oh, no!” Exclamó ella.
“¿Qué sucede?” preguntó Santa Claus.
Mi collar no está. El hermoso collar de perlas rojas que me regalaste.”
“¿Estás segura que lo tenías puesto?”
“Sí.” Respondió la Sra. Claus con su voz estremecida. “Me lo puse cuando me vestí esta mañana.” Santa Claus puso su mano sobre su hombro para reconfortarla.
“No te preocupes. Lo encontraremos. Solo tenemos que regresar por el camino que llegamos.”
Tomó a su esposa de la mano, y dieron la vuelta. Caminaron lentamente mientras buscaban por el suelo, tratando de detectar un resplandor rojo y gris en el verde paisaje.
Pero no había señal alguna del collar. Mientras caminaban por el campo de hierba tan alta como Lanky el duende, la Sra. Claus empezó a desanimarse.
“La hierba aquí es muy alta. Jamás encontraremos el collar aquí.”
“Por supuesto que sí. Solo necesitamos un poco de suerte. Ten fe,” la consoló Santa.
Comenzaron a caminar de nuevo, y cada paso parecía más pesado que el anterior. Después de algunos momentos, algo escondido en el follaje llamó la atención de Santa Claus.
“¡Oh, mira!”
Se inclinó para recoger el objeto, pero salió volando con el aleteo de sus alas. No era el collar, (aunque eso hubiera estado mejor). Era un hermoso pájaro que estaba acurrucado en la hierba, tan brillante como las mejillas de Sonoma el día de San Valentín. El ave estaba muy emocionada y volaba alrededor de la cabeza de Santa, batiendo rápidamente sus alas.
“¡Jo, jo, jo! ¡Lo siento pequeñín! Creí que eras un collar.”
“¡Oh, eres tú Santa Claus! Me asustaste,” dijo el pájaro. Santa Claus extendió su brazo y el ave se posó suavemente en su mano.
“¿Con qué un collar, eh? Ese es un nombre muy gracioso, pero no, no me llamo así.” Dijo el ave. “Soy, Kiki. ¿Por qué está tan triste la Sra. Claus?”
“Cuando caminábamos, extravié el collar que Santa Claus me obsequió. Es un recuerdo de un viaje que hicimos. Era muy importante para mí.”
“Pero que pena,” dijo Kiki. “¿Qué aspecto tenía este collar tan especial?”
“Está hecho de perlas del mismo color que tu hermoso plumaje, mi querida ave.”
“¿Puedo ayudarte a buscarlo?” preguntó Kiki.
“¡Eres muy amable!” contestaron Santa Claus y la Sra. Claus al unísono.
Y los tres partieron a buscar el collar. La pareja hurgaba en la hierba a sus pies para buscar en el suelo. Por encima de sus cabezas el ave volaba en círculos sobre el campo tratando de encontrar la joya.
Buscaron y buscaron y después, siguieron buscando…
“Creo que lo mejor será darnos por,” dijo la Sra. Claus. “El día ya casi terminó, y empieza a obscurecer, ya casi no se puede ver.”
“Estás tan triste,” dijo Kiki. “Me hubiera gustado mucho encontrar este collar para ti.”
“No es más que un collar, después de todo,” dijo la Sra. Claus. “No quiero hacer un escándalo de esto.”
Con la intención de que la Sra. Claus no se diera por vencida, Santa Claus sugirió continuar su búsqueda al día siguiente con la ayuda de algunos duendes. La pareja se despidió de Kiki, y se dirigieron a casa.
Después de una buena cena y un reconfortante chocolate caliente, la Sra. Claus y Santa Claus se fueron a dormir. La Sra. Claus tuvo un extraño sueño donde una parvada de aves portaba collares rojos y bailaban alrededor de una nube en forma de chimenea.
Toc. Toc. Toc.
La Sra. Claus se despertó de un sobresalto. “¿Qué es ese ruido?”
Toc. Toc. Toc.
“Parece provenir de la ventana,” dijo Santa Claus dando un gran bostezo (que sonaba mucho como “jo, jo, jo”). Tenía sus ojos entrecerrados mientras el sol entraba por la hendidura entre las cortinas.
La Sra. Claus se levantó y abrió las cortinas. Quedó maravillada con la vista. “¡Ooooh!”
Kiki, el pequeño pájaro, estaba golpeando el vidrio de la ventana con su pico. Detrás de él. La Sra. Claus vio plumas rojas por doquier. Santa Claus se paró junto a ella.
“¡Pero qué hermoso!”
El suelo, los árboles y los techos de las casas de la aldea estaban cubiertos de los pequeños pajarillos rojos. ¡El efecto era magnífico!
Santa Claus abrió la ventana y Kiki habló:
“¡Hola! Lamento despertarlos, pero mis amigos y yo les tenemos buenas noticias…”
Dos aves rojas se pararon en la cornisa de la ventana. Cada uno sostenía con sus picos un extremo del collar.
La Sra. Claus Sonrió. “¡Pero qué maravilla! ¿Cómo es posible que lo hayan encontrado?”
“Tenía el corazón roto de verla tan triste,” dijo el pajarillo. “De modo que reuní a todos mis amigos. Sobrevolamos el área entera y después de haber buscado por un muy, pero muy, muy largo, largo rato, finalmente encontramos el collar. Estaba atorado en una rama de pino.”
“Debí haberme acercado demasiado a algún árbol cuando trataba de evitar un charco,” dijo la Sra. Claus mientras las aves posaban el collar en la palma de su mano. “¡Mis pequeños amigos, les estoy tan agradecida!”
Todos los pajarillos empezaron a trinar de felicidad.
“¿Cómo podré agradecerles por esto?” preguntó Santa Claus.
“¡Después de todo los que tú haces por los millones de niños de todo el mundo, esto es lo menos que podríamos hacer por ti!”
Después de estas palabras el pajarillo se alejó seguido de todos sus amigos. Por un instante, el cielo sobre ellos se tornó completamente rojo, para que, después poco a poco, el color azul se asomara de nuevo por el horizonte.
“En verdad deberíamos encontrar la forma de agradecerles,” dijo Santa Claus mientras colocaba el collar alrededor del cuello de ella y lo cerraba.
“Tengo una idea…” dijo la Sra. Claus con un destello en sus ojos.
Al día siguiente, cuando los pajarillos volaban sobre la aldea en busca de migajas de pan, una sorpresa los aguardaba: En el piso de la plaza del pueblo unas enormes letras que decían
“GRACIAS” estaban escritas con miles y miles de semillas rojas. Las aves devoraron los deliciosos bocadillos, trinando sin cesar con alegría.